3 ago 2012

“La situación era infernal”


En el marco de la causa Camps, Adriana Chamorro contó cómo asistió el parto de María Asunción Artigas de Moyano. El hambre, el frío y las torturas que sufrían. Recordó que Jorge Bergés estuvo presente cuando la picanearon y luego la atendió por las heridas.

(Fuente: Alejandra Dandan - Página 12)

Desde Canadá, el lugar donde vive después de ser detenida-desaparecida y legalizada como presa en Devoto, Adriana Chamorro describió al médico de policía Jorge Bergés. Primero, la voz, la que escuchó durante su tortura. Luego, los ojos, cuando pasó a revisarla en una de las celdas. Y más tarde, la intervención en el parto de Victoria Moyano, un parto que Adriana siguió de cerca, cuidando a María Asunción Artigas de Moyano durante la gestación, en la misma celda, tomando el tiempo entre contracción y contracción.

Adriana declaró desde Montreal ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, a cargo del juicio por el llamado Circuito Camps. Habló de su secuestro y las torturas en la Brigada de San Justo, supervisadas por aquel médico al que logró conocer por el nombre ya en el exilio. Luego habló de su paso por el Pozo de Banfield y del parto de Victoria Moyano.

“Estábamos desesperados, en un lugar sin luz, esposados las 24 horas del día. Estábamos muertos de hambre, muertos de frío, la situación era realmente infernal”, dijo. Desde fines de marzo hasta octubre de 1978 se habían ido llevando a varios grupos de prisioneros, y dejaron sólo a María Asunción. “Me pusieron a mí en el calabozo con ella –explicó Adriana–. Tenía un embarazo de unos seis meses y como tenía crisis epilépticas vino un médico que tenía barba y bigote, le dio una pastilla y le dijo que se mentalizara de que iba a salir solamente cuando naciera su hija.” En otro momento, pasó el jefe del lugar con otra persona, para presentarle a María Asunción. “Nosotros pensamos que ésa iba a ser la persona que se iba a robar al niño”, dijo Adriana.

Finalmente nació la hija de María. “Todos participamos del parto. Empezó a tener contracciones. Yo golpeaba un lado de la pared para que Eduardo (Corro, alojado en la celda de atrás) contara las contracciones. Cuando terminaban, golpeaba de nuevo para que parara de contar y golpeaba atrás para que el de atrás empezara a contar. Estuvo así alrededor de 24 horas porque las contracciones venían de tanto en tanto, hasta que logramos calcular que se daban durante cuatro o cinco minutos. Ahí llamamos a la guardia. Se la llevaron abajo y nació Victoria, que por suerte está recuperada hoy en día.”

Después, María le contó que el médico que había estado en su parto era igual al que ella había descripto como presente en sus torturas. “Ni Mary ni yo sabíamos cómo se podía llamar –dijo Adriana–. Nosotros lo llamábamos ‘el médico de mi tortura’.”

Enseguida “se la llevan a la nena de Mary, un tipo que viene con delantal blanco. Se la dejan unas horas y ella tiene tiempo de darle el pecho porque quería que de alguna manera la nena recordara cuál era su madre. La trajeron a Mary después, tenía mucha fiebre, tuvo muchos problemas con la leche, me tuve que arreglar yo con eso, sufrió muchísimo, por supuesto tenía una depresión enorme porque le habían quitado la hija”.

El secuestro

A Adriana la secuestraron el 23 de febrero de 1978. Se la llevaron tabicada en el baúl de un auto a la Brigada de San Justo, y en otro auto llevaron a Eduardo Corro, que entonces era su compañero. Alguien a quien llamaban Coronel le dijo amablemente que en ese lugar no debía tener miedo, que no iban a violarla ni a tocarla y si algo de eso sucedía debía decírselo a él.

“En la sala de torturas, primero me golpean las orejas con un palo, me dan patadas –dijo–. Finalmente me hacen desnudar y me ponen sobre el elástico de hierro, me tiran un balde de agua y ponen sobre mí una bolsa de arpillera mojada, me ponen las brazos hacia atrás atados, las piernas abiertas hacia adelante y en el pie me atan un alambrecito o un cable. En medio de una gran cantidad de amenazas y preguntas muy irracionales empiezan a darme picana, que como todos saben es infernal. No podía dejar de gritar porque creo que nadie puede hacerlo, y en los momentos en que paraban me hacían preguntas como: ‘¿En qué idioma le hablaste a tu madre?’.”

La tortura se hacía sistemáticamente, dijo. “En las articulaciones, en los senos, en la vagina en particular, y trataron de hacerme en la cabeza o en la cara. Me quemaron los labios, pero alguien que estaba al lado mío dijo: ‘En la cabeza, no’. Entonces siguieron con otras partes. Al rato, la persona que estaba al lado mío me puso el estetoscopio y dijo: ‘Vamos a parar por un rato’. Yo me dije: ‘Hay un médico acá o alguien que sabe’. Se fueron un rato, luego volvieron y siguieron, hasta que se cansaron... Me sacaron a la rastra porque yo no podía caminar.”

Al otro día, después de un poco de comida y agua, observó por primera vez a la cara al médico que había escuchado en la sala de torturas. “Viene una persona muy amable, yo no tenía el tabique puesto. Se presenta como un médico que me va a curar, se sienta, muy amablemente me dice: ‘¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís?’. Me dice que lo que tenía no era grave. Me mira el pie. A todo esto yo lo miro con gran intensidad. Me mira el labio, me da un polvito para favorecer la cicatrización. Al escucharlo hablar, trato de que hable más haciéndole algunas preguntas. Me doy cuenta de que es la misma persona que había hablado al lado mío en la tortura. Tenía grandes ojos y un gran bigote. Tenía unos ojos castaños muy calmos y el cabello muy ondulado. Al día siguiente vuelve a venir, verifica la lastimadura, me cura y se va. No lo vi más.”

Adriana recordó los nombres de compañeros de celdas, los apodos de los represores: el Eléctrico, el Burro, a quien identificó en su tortura; el Víbora, un oficial; el Tiburón, a cargo de la patota; el Lagarto; el Pato: “Era un zoológico”, dijo. En el final, el fiscal Hernán Schapiro le preguntó por su militancia política. “Por supuesto (que milité), dado que había una dictadura en Argentina –respondió–. Y yo tenía el derecho como todos los ciudadanos de resistir a ese grupo sedicioso que se había hecho cargo del gobierno ilegalmente y que torturaba, mataba, desaparecía... Así que yo formaba parte de una organización que se llamaba Organización Revolucionaria Compañero.”


Ampliación de la acusación
La fiscalía y las querellas del proceso por los delitos cometidos en los seis centros clandestinos que integraron el Circuito Camps evalúan ampliar la acusación por homicidio para los imputados. La opción surgió tras la declaración que efectuaron ayer miembros del Equipo de Antropología Forense, quienes identificaron más de diez cuerpos enterrados en los cementerios de Avellaneda y Lomas de Zamora, entre otros. Como la identificación de esas víctimas surgió tras la elevación a juicio, es posible que en la próxima audiencia se pida la ampliación por el delito de homicidio para algunos de los acusados, el ex gobernador de facto Ibérico Saint Jean, su ministro Jaime Lamont Smart, el ex director de Inteligencia de la Policía Miguel Etchecolatz y su chofer Hugo Guallama, entre otros.


“La apropiación ilegal de niños es otro modo de exterminio”


Alicia Lo Giúdice, coordinadora del equipo de psicólogos de Abuelas de Plaza de Mayo, declaró en el juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Camps. Explicó las profundas consecuencias que sufrieron los menores apropiados durante la dictadura militar.

(Fuente: Pablo Roesler - Tiempo Argentino)


La apropiación ilegal de niños es otro modo del exterminio", explicó ayer la coordinadora del equipo de psicólogos de Abuelas de Plaza de Mayo, Alicia Logiúdice, en el juicio por los crímenes del Circuito Camps que se realiza en La Plata, donde concurrió como testigo para profundizar sobre los daños psicológicos que sufren los niños y niñas apropiados durante la dictadura. La profesional dijo que mientras dura la apropiación los hijos de los desaparecidos viven en una lógica de campo de concentración, y remarcó que a diferencia de lo que ocurrió en otros genocidios de la modernidad, los militares argentinos se quedaron con lo más preciado de sus opositores políticos: su descendencia.
"La Argentina ha sido un caso casi único, un país en el que aquellos que quisieron exterminar a adultos les quitaron lo más preciado que tenían: su descendencia", dijo la psicoanalista y directora del Centro de Atención por el Derecho a la Identidad, un servicio de salud mental de Abuelas.
Al declarar ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata, la profesional enmarcó los daños causados en los nietos recuperados en "la apropiación ilegal de niños bajo el terrorismo de Estado", y explicó que los hijos de los desaparecidos "fueron sustraídos violentamente de un sistema de parentesco para incluirlo, en otro, negando que el origen del vínculo con los apropiadores está construido en base al secuestro del niño y el asesinato de sus padres."
Por eso, la mujer explicó que el modo de vida de los niños apropiados y la convivencia con sus apropiadores bajo una ilegalidad oculta, obedecía a una lógica de campo de concentración. "El joven vivía en un estado de excepción que se convirtió en norma de vida", detalló Logiúdice. Y abundó: "Yo propongo que este tipo de delitos sobre un joven es otro modo del exterminio, porque no los mataron como en la Alemania nazi, pero sí los exterminaron de un sistema de parentesco para incluirlos en otro violentamente". Para explicar las marcas de la apropiación, recordó el primer caso que asistió: el de la primera chica restituida por orden judicial con identificación genética en 1985. Explicó que la menor había sido apropiada cuando tenía casi dos años, razón por la cual sus apropiadores "no pudieron hacerle olvidar su nombre". Sin embargo, remarcó, lo que sí lograron es detener su crecimiento: "Cuando la abuela la ubicó, aseguraba que la nena tenía siete años, pero su apropiador decía que tenía cinco. Las pruebas forenses, de huesos, dieron que se trataba de una nena de cinco años, pero las pruebas de sangre confirmaron que la chica era la que la abuela buscaba. Con la restitución jurídica ella retomó los lazos familiares y desarrolló la altura ósea que le correspondía. Esos son los casos que nos han enseñado el efecto en la subjetividad de esas situaciones", aclaró. Y remarcó que la apropiación de niños "es genocidio" según las Convención Internacional 1948 por ese delito.
También declaró ayer a través de una videoconferencia desde Canadá, la testigo Adriana Chamorro, quien recordó que el médico policial imputado en la causa, Jorge Bergés, participó de las torturas a la que fue sometida en el centro de detención que funcionó en la Brigada de Investigaciones de San Justo. "En la tortura una persona me puso un estetoscopio y dijo: ‘vamos a parar un poco’”, contó, y recordó que al día siguiente ese hombre apareció a cara descubierta en su celda. Cuando recuperó la libertad y se exilió en Canadá, ligó la cara con un nombre: "Cuando Madres y Abuelas publicaron fotos de represores yo identifiqué a Bergés como el médico que me había atendido.”